Desde las cenizas
¡Qué mezquina es la tierra en otoño!
¡Qué avariciosa es su hambre por las hojas!
Que no ha dejado un hueco crudo
para mis versos sumergidos en congojas.
Yo los hice mientras ella no estaba,
atando sus recuerdos de algodones
sobre las horas perspicaces de la tarde
cuando el sol falsificaba sus dones.
No llegaron a ser probados por sus ojos,
siquiera escalaron por sus suaves manos.
Antes que eso se hicieron parte de la tierra
de una huerta de lamentos de tristes hortelanos.
Para todos estos versos no estrenados,
en el infinito vacío de mi pecho errante,
no quedó rincón alguno que no estuviera
lleno de tristezas y nieblas perforantes.
Lamentable destino temo que sufrieron
ante las lágrimas: verdugas quimeras.
Agacharon el cuello inocente y ciego
sobre la decapitante llama de una hoguera.
No hay voluntad que supere la fuerza
del sentimiento de un amor hendido.
Como así tampoco existe fuerza alguna
capaz de tirar recuerdos al olvido.
Desde los oscuros abismos del ayer
el alma de los versos me pide resucitar,
y yo aquí como profanador de cenizas
por amor al pasado los he de remembrar.